[Marzo de 2010] Al día siguiente de llegar a La Habana, Cuba, tomamos el desayuno en el hotel y salimos para dar una vuelta.
Nos reímos porque la ciudad se parecía a Lecce, en Apulia, sur de Italia.
También encontré una versión cubana de la gorda muñeca tía que habíamos comprado en Lecce.
Un conductor serio vino a recogernos a las 9 en punto.
Este viaje era uno de esos viajes lujosos en el que un automóvil con conductor lleva el pansejero de pueblo en pueblo.
No había guía, pero habíamos reservado hoteles de nivel razonable.
Nuestro viaje fue organizado a través de una agencia especializada en vacaciones en Cuba (desafortunadamente se me olvidó su nombre), que habíamos conocido en la feria anual de viajes en que estuvimos en Londres, donde vivimos.
El automóvil de esa mañana era un automóvil coreano Hyundai.
Alrededor de La Habana, nos encontramos con muchos autos antiguos, pero cuando salimos del pueblo, la autopista estaba completamente vacía.
Era una carretera grande, con 4 carriles a cada lado, pero no había ningún coche en marcha.
El paisaje con palmeras era plano y vacío.
Tampoco había muchas casas a lo largo del camino.
Quizás porque no había anuncios, parecía más vacío.
Vimos bastante vacas pastando, pero según la guía, las vacas estaban bajo la jurisdicción del gobierno.
En el camino, pasamos por una gasolinera y tomamos café (0,25 pesos).
Tras ese detalle, el conductor,se relajó un poco y empezó a comunicar con nosotros en un español poco entrecortado.
Cuando salimos de la autopista, pude ver un poco la vida de la gente.
Vimos a los edificios de un piso en forma, como los que se ven en China, Medio Oriente o India.
Quizás esta sea la base de los hogares de las personas.
También vi la ropa colorida colgada fuera de estas casas.
Descuvrimos que la zona era importante en la producción de caña de azúcar, y pudimos verlo en abundancia.
El conductor pareció sentirse un poco más amigable con nosotros, y en el camino se detuvo en un pequeño pueblo llamado Rodas para nosotros.
Nos paramos delante de una iglesia justo después de la misa, y pudimos ver a la gente saliendo con algo como hojas de caña de azúcar en la mano.
Según el conductor, esa estaba hecha de otro tipo de hoja, que no era de caña de azúcar y que, según la traición, traía buena suerte al colgarla en la puerta.
La iglesia era un hermoso edificio rosa, parecía un juguete.
En la plaza frente a la iglesia, pasé un tiempo mirando el auto sobrecargado, los carruajes y la gente merodeando.
Salimos de Rodas y, después de pasar Cienfuegos, el paisaje completamente plano mudó, y comenzó a aparecer una cordillera bastante sólida.
El paisaje del paso llamado San Antón era como una meseta.
Aunque hacía calor.
El viaje completo fue de unos 350 kilómetros y duró unas 5 horas.
Dimos una propina de 10 pesos al conductor y nos despedimos.
Ni siquiera le pregunté su nombre…