[Agosto de 2020] Así comenzó nuestra ‘vida’ en Alghero, la ciudad en la parte noroeste de Cerdeña, en Italia.
El día anterior había sido nuestro primer día en la ciudad, y lo habíamos vivido como un día de vacación.
Ahora pero, nos tocaba trabajar.
Mi marido salió a la panadería cercana a comprar unos croissants para desayunar.
Compró también Pane Carasau, un pan muy fino, como galletas, un alimento esencial de los platos típicos en Cerdeña.
No tiene mucho sabor, pero una vez que empiezas no puedes parar de comerlo.
Después del desayuno, mi marido volvió salir a comprar algunas cosas necesarias, como un código de extensión para trabajar, y una báscula para controlar el peso y evitar coger mucho peso (algo que pasa pudiendo comer buena comida italiana todos los días).
Los precios de las cosas en general eran muy razonables.
Como dijo el dueño del bar de vinos la noche anterior, esta ciudad parecía muy cómoda para vivir.
Mi esposo se quedó en la mesa del comedor y comenzó a trabajar, y yo usé la mesa del lavadero.
Nuestro trabajo remoto había comenzado.
Para el almuerzo, comimos Pane Carasau con una mozzarella y un jamón llamado Porchetta, que compramos en el supermercado.
En Italia, incluso las cosas comunes del supermercado están muy ricas y sabrosas.
Satisfechos, volvimos a nuestro trabajo, y pasadas las 19h salimos a ver el mar.
Hicimos nuestra «passeggiata» (paseo), por el paseo marítimo del casco antiguo.
Hace dos años, cuando estuvimos aquí la última vez, vimos a una pareja vendiendo sus cosas hechas a mano, y compramos algunas y charlamos mucho.
Miré a mi alrededor para buscar si todavía estaban allí, pero no, al parecer se habían movido.
Hace dos años, se estaban haciendo preguntas sobre el futuro, por lo cuál deben haber encontrado una conclusión.
Vimos una atardecer estupenda, la vista del puerto era tan hermosa que nos paramos allí, tomando muchas fotos.
Había muchos yates, que estaban amarrados en el puerto.
Al final del puerto, había un parque de atracciones, así que caminamos hasta allí y regresamos.
Volvimos a la muralla de la ciudad, y caminamos hacia el sur.
Había muchos restaurantes frente al mar a lo largo de este paseo.
Pasamos por uno de ellos llamado The King Restaurant.
Todas las mesas estaban en la terraza.
Pedí filete de pescado del día, que era lubina y venía en forma de bola acompañada con salsa de crema de verduras.
Esta salsa sabía muy bien y me gustó, pero era un poco pretenciosa.
Mi marido tuvo Rana Pescatrice, que era rape.
En cuanto al postre, elegí una tarta de manzana.
Tenía canela, y estaba muy bien, pero pensé que habríamos podido hacerla en casa perfectamente.
Mi esposo tuvo un Semifreddo de Maracuyá.
Con media botella de vino blanco, la factura era de 70 €, lo cuál no era nada caro siendo un restaurante de ambiente elegante.
Quizás, este tipo de restaurantes estarán cerrados en otoño hasta la próxima temporada navideña.